domingo, 16 de noviembre de 2014

Ceremonia del vasallaje

Ceremonia de homenaje feudal


Muchos de los ritos vasalláticos se realizaban ante la corte del señor o ante testigos. Si intervenían altos personajes o estaban en juego grandes intereses, los compromisos se registraban en cartas.


La ceremonia pone a un señor en presencia de un vasallo, ligados ambos por un contrato que reviste una fuerza singular. El gran momento es el homenaje. Sin armas, sin cinturón ni caperuza, el dependiente se inclina o se arrodilla ante su señor. Pone sus manos juntas entre las del señor, que las cierra sobre ellas en señal de consentimiento y toma de posesión. Ambos intercambian un beso en la boca, o uno de ellos lo da al otro. Es signo de paz, de amistad y de fidelidad mutua. Sin embargo, el beso no es indispensable. Clásico en Francia y en los países de conquista Normanda a partir del año 1000, se propagó bastante poco en Italia. Es raro en Alemania antes del siglo XIII, sin duda porque la distancia social entre señor y vasallo era más pronunciada.



Un segundo acto sigue inmediatamente al homenaje: el juramento de fidelidad, prestado sobre un objeto sagrado. En ese momento se intercambian algunas palabras:


—¿Queréis ser mi hombre?



—Lo quiero.



—Os recibo como mi hombre.



—Os prometo ser fiel.



El vasallo será amigo de todos los amigos de su señor, enemigo de sus enemigos. El juramento ennoblece el acto vasallático, le da un tinte cristiano y convierte en perjuro a quien viola sus compromisos.



Los juramentos vasalláticos creaban relaciones tan estrechas que se requería la presencia de los interesados y ante todo la del subordinado. Algunas coutumes enumeraban los casos de fuerza mayor que autorizaban a las partes, o a una de ellas, a hacerse representar: minoría de edad, vejez, enfermedad y lejanía frecuente en el vasto Imperio germánico, donde el soberano estaba obligado a hacer largos viajes.


En Inglaterra, según Glanville, el heredero masculino, aunque fuera menor, estaba capacitado para asumir compromisos. La mujer casada no rendía homenaje, pues este deber incumbía al esposo. Y las viudas padecían la misma incapacidad. Se tomaba juramento a todas las personas libres, incluidos los clérigos, los menores y las solteras.


Según ciertas coutumes, no anteriores al siglo XIII o XIV, los juramentos recibidos por procuración deben ser renovados por el vasallo el día en que está en condiciones de cumplir con su obligación.





Bibliografía:
Señorío y feudalismo – Robert Boutruche

No hay comentarios:

Publicar un comentario